Juanse Marquez

(El tipo escribe cosas y las pone acá1)

Anomalía

19/11/2025 — Juanse Marquez

¿Puede haber ciencia ficción en el litoral argentino? No lo sé, pero escribí este cuento para intentarlo. Si tienen ganas, lean y díganme qué opinan.


Anomalía

—Por favor, identifíquese para que conste en el registro.

—Soy la capitana Muskelia Gates, división de Psicología Androide de Gendarmería Global de la Unión Algorítmica.

—Agradecemos su comparecencia ante este Directorio, capitana. Refiera suscintamente la misión que se le encomendara.

—Según el expediente W-15818, me designaron para investigar una anomalía en la conducta de los androides modelo “C0145-71N3” que se encuentran operativos en los arrozales de San Javier, provincia de Santa Fe.

—Escuchamos su relato.

—El pasado sábado 16 de octubre de 2184 aterricé en Santa Fe, procedente desde Goya, donde me hallaba apostada. Allí pude reunirme con mi asistente, el Sargento Tabaré Silicon, con quien llegamos a San Javier por vía fluvial el día lunes 18.

—¿En qué consiste la anomalía que usted menciona?

—Como sabrá, los androides C0145-71N3 no hablan, en el sentido estricto de la palabra, sino que apenas emiten algunos sonidos, para una comunicación instrumental entre ellos. Por ejemplo, pronuncian la palabra ALERTA, no porque comprendan su cabal sentido, sino porque se los programó para emitir esos fonemas ante un peligro. La anomalía consistió en que el último de los técnicos que acudió a retirar una unidad averiada escuchó la voz cháke, emitida por un androide que detectó la aparición de una yarará. Este operario, una vez puesto a salvo del reptil, reportó el incidente a sus superiores.

—¿Por qué cháke y no otra expresión?

—No hemos podido determinarlo. Al detectar el ofidio, la unidad debió haber pronunciado “ALERTA”, para proteger al operario humano y a las unidades androides. No sabemos a qué se debe el cambio.

—¿Pudo usted constatar personalmente la anomalía que menciona?

—No, señor.

—¿Encontró usted otras anomalías en su incursión?

—Sí, señor.

—Indique cuáles.

—Apenas hube arribado a la locación, noté con horror que los androides silbaban. Esto es: con su boca en posición de pronunciar una “U”, hacían salir aire emitiendo una variedad de sonidos agudos. Otro de los androides lloraba. Uno más emitió un grito agudo, visceral, que retumbó en el silencio de la tarde. El androide al que vi llorar, llevaba colgando del cuello una pieza de madera, que había sido cortada con una de sus herramientas de trabajo, hasta que la madera tomó la forma de una flor. En las horas de recuperación, en lugar de reposar en su sitio, se reunían. Habían dejado fermentar el arroz, y bebían el producto de esa fermentación, luego de lo cual su conducta se modificaba severamente. En otro caso…

—Suficiente, capitana. ¿El software de los androides prevé alguna conducta de este tipo?

—No, señor.

—¿Tiene alguna explicación para ofrecer?

—Apenas una hipótesis, señor.

—La escuchamos.

—Conjeturo que el inconveniente se desató por un virus, inyectado en los androides por un disposivito de paleoelectrónica. Encontramos el artefacto en la caña de la bota de una de las unidades.

—¿Pudo usted acceder al contenido del dispositivo?

—…

—Le recuerdo que, en caso de confesar un delito propio o de su asistente, goza de plena inmunidad garantizada por este Directorio. Le repito la pregunta: ¿pudo usted acceder al contenido del dispositivo?

—Gracias, señor. Mi asistente, el sargento Silicon, era aficionado a la paleoinformática. Me refiero a artefactos de cómputo binario, anteriores a la irrupción de la computación cuántica. No me consta que el sargento haya incurrido en ningún delito, pero tampoco puedo garantizar la plena legalidad de sus actos. Según la normativa…

—Vaya al grano, capitana.

—Sí, señor. Según me explicó él, en aquella época la información se guardaba en unidades llamadas archivos, identificados por un nombre. Ya de vuelta en la lancha, el sargento pudo constatar que había un solo archivo en el artefacto. Pero sus conocimientos no alcanzaron, inicialmente, para poder acceder al contenido del archivo. Sí pudo determinar que no era ni un texto ni una imagen. Mi asistente rebuscó entonces entre sus pertenencias, y halló un periférico similar a un hilo con tres extremos, dos de los cuales introdujo en sus oídos. El tercero tenía una protuberancia metálica que cabía justo en el dispositivo mencionado. Silicon me explicó que sospechaba que era un formato de archivo a cuyo contenido se accedía únicamente a través del sonido. Me dijo que no se oía ninguna palabra, sino una sucesión de ruidos que no podía descifrar. Siguió oyendo. Luego cerró los ojos, y lloró. Entonces lanzó el mismo grito visceral que habíamos oído en boca de los androides, se arrojó al agua, ganó la costa a nado y se perdió entre los sauces. Esperé su regreso por 48 horas, pero no volví a saber de él. Pido que se lo recuerde como un verdadero héroe por su vida de servicios. El indigno acto de su final no surge de su voluntad, sino del virus.

—De acuerdo a su experiencia profesional, ¿supo de algún caso parecido?

—Según entiendo, no hay antecedentes de que un virus de androide se contagie a un ser humano, ni de transmisión analógica de virus a través de ondas sonoras.

—Gracias, capitana. Que ingrese el prisionero. No le quiten las esposas.

—¡Silicon! Lo daba por muerto.

—Silencio, capitana. El Directorio interrogará al prisionero. Diga su nombre, para el registro.

—Por si me querés mentar
mi nombre ya lo sabés
soy Silicon Tabaré
pa lo que guste mandar.

—¿Pero qué le pasa?

—¡Silencio, capitana! Deje que el Directorio formule las preguntas. Señor Silicon, le pedimos que emplee el lenguaje estándar de la Unión Algorítmica. ¿Constató usted alguna anomalía entre los androides de los arrozales de San Javier?

—Le llaman anomalía
a lo que siente el paisano
sea androide o sea humano
quieren que pase la vida
trabajando noche y día
sin alivio en la jornada.
No puede sacarme nada
ningún karai angurriento:
tengo las manos atadas
pero libre el sentimiento.

—Limítese a responder lo que se le pregunta. ¿A qué atribuye usted el inicio de la anomalía?

—Así como la humedad
siempre filtra de algún lado
este mensaje sagrado
del alma quiere brotar
no me venga a preguntar
lo que ya sabe, señor
nunca quiere el opresor
que el de abajo piense y sienta:
rebelión nace, calienta,
explota cual pororó.

—Suficiente. Vuelvan a amordazar al prisionero, y retírenlo. Capitana, las dos últimas preguntas: ¿Escuchó usted el contenido del dispositivo?

—No, señor. Temí infectarme yo también.

—¿Pudo extraer algún otro dato del dispositivo encontrado?

—Como consta en mi informe, apenas pude verificar el nombre del archivo: kilometro11.mp3. Desconozo a qué refiere esa distancia. Guardé el dispositivo en una bolsa, y lo entregué junto a mi reporte al regresar a Santa Fe.

—Gracias, capitana. Le comunico que, en virtud de su detallado informe, las anomalías en los arrozales han sido anuladas. Este tribunal le otorga la condecoración al mérito. ¿Acepta usted la medalla?

… nde rakóre

—¿Cómo dice?

—Que sí, que acepto. Es un honor que me condecoren.

—Viva el Algoritmo, capitana.

—Viva.

—Puede retirarse

Juanse Marquez

  • cháke: Expresión que equivale a ¡cuidado!, ¡atención!
  • karai: Jefe, señor
  • pororó: Pochoclo, palomitas de maíz
  • nde rakóre: Expresión grosera, frecuentemente utilizada como insulto o para expresar repudio.
  • kilometro11: Escuchar con antivirus

Anomalía © 2025 by Juanse Marquez is licensed under CC BY-NC-SA 4.0

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