Chau Edmodo
Este artículo pretende ser una reflexión a propósito de la decisión de Edmodo de cerrar a partir de septiembre de 2022.

A mediados de la semana pasada (agosto 2022), los usuarios de la plataforma de aulas virtuales Edmodo fueron notificados de que el sitio dejaría de existir a partir del 22 de septiembre de 2022.
La decisión se comunica pocos días antes del comienzo de los ciclos lectivos en el hemisferio norte, y a mitad del año escolar en el hemisferio sur, con las consecuentes dificultades que encontrarán estudiantes y docentes forzados a un cambio repentino de plataforma. Por no hablar de las experiencias de educación no formal, cuyos calendarios no son uniformes.
Desde el punto de vista empresarial, la decisión de Edmodo es irreprochable: brindaron un determinado servicio de forma gratuita durante un cierto tiempo, y cuando ya no les resultó conveniente, dejaron de brindarlo.
En la escuela en donde trabajo, se había optado por la adopción de esta plataforma en marzo de 2020. En efecto, la pandemia de covid-19 obligó a convertir las clases presenciales en remotas, de manera urgente e imprevista. En ese momento, me pareció una buena decisión: no es que no hubiera alternativas mejores, pero, dada la urgencia, consideré adecuado optar por una plataforma online como Edmodo.
Con la vuelta gradual a la presencialidad, las autoridades de la escuela consideraron que los beneficios del uso de la plataforma no se limitaban a la situación excepcional de la pandemia; por lo que impusieron que se continuara utilizando. Otra decisión que consideré acertada.
Así, clase tras clase, docentes, estudiantes y directivos fueron generando material didáctico, trabajos prácticos, diálogos, encuestas, chats e interacciones que representaron un registro del quehacer educativo como nunca antes se había dado en la institución. Y, de repente, nos encontramos con la sorpresiva advertencia de la plataforma: descarguen todo lo que puedan, lo que no se puede descargar, mala suerte: tomen capturas de pantalla si quieren conservarlo. No hay una manera automática de hacer esto: hay que descargar a mano, uno por uno, todos los materiales que se deseen conservar.
Es decir: el estado invierte dinero en los salarios docentes. Esos docentes, interactuando entre sí y con los estudiantes, van generando un material que va quedando registrado en una plataforma. Material pagado por el estado que podría utilizarse para reflexionar sobre la propia práctica, aprendiendo lecciones que redundarían en futuras mejoras del sistema. Pero, de repente, el que aparecía como un simple mediador revela su verdadero rostro: es el dueño de todo, que puede, de manera arbitraria e inapelable llevarse todo ese material, quedándoselo para sí, e impidiendo el acceso al mismo a las personas que lo generaron.
Se nos dirá: nadie obligó a la escuela a adoptar esta plataforma. Edmodo no se está apropiando de nada: es la misma escuela la que cedió ese material cuando decidió usar la plataforma. Bien pudo la institución registrar la interacción entre docentes y estudiantes en una plataforma propia, autohosteada, de tal manera de no depender de nadie.
Y la respuesta es que no. Es imposible para una institución educativa afrontar el costo de investigar y mantener un servicio propio. Debe ser el sistema educativo en su conjunto el que provea de un servicio libre, gratuito y abierto, alojado en servidores ubicados en la provincia (o al menos en el país). Varias semanas después de comenzada la pandemia, el estado proveyó efectivamente de una plataforma propia (aunque no libre), con serios problemas de performance en un principio, que luego se estabilizaron. No sé si hoy en día será una alternativa viable.
Creo que la lección que podemos aprender de esta desagradable situación es una que se nos viene diciendo desde hace mucho:
La nube no existe. Es la computadora de otra persona.
Lo primero es tenerlo presente: todo lo que tengo guardado en la nube, en realidad lo tiene guardado otra persona.
Lo segundo es que, si vamos a utilizar la nube (o Software como Servicio, SaaS), conviene recurrir a proveedores confiables, tanto desde el punto de vista técnico, como desde lo ético y político. Si voy a usar la computadora de otra persona, que sea una persona de confianza. En este sentido, puede parecer más aconsejable recurrir a nubes de dueños grandes, como Google, por ejemplo. Desde el punto de vista técnico, quizás sea una buena idea. Desde el punto de vista ético y político, quizás no tanto.
Lo tercero es que no da lo mismo si estas computadoras ajenas corren o no software libre. En el caso de Edmodo, por ejemplo, nadie puede replicar el servicio pronto a cerrar, ni aunque contara con sus propios servidores, porque el código no está públicamente disponible. Si, en cambio, la plataforma hubiera funcionado sobre un sistema libre (como Moodle por ejemplo), si bien el cierre del servidor seguiría siendo un problema, al menos alguien que tuviera el suficiente interés y recursos podría crear un servicio muy parecido en otro lugar.
En cualquier caso, me parece que la principal lección es que, como docentes, no solamente transmitimos, sino que también producimos cultura junto a los y las estudiantes. Y, como demuestra el cierre de Edmodo, no parece sensato regalarle el fruto de nuestro trabajo a cualquiera que nos ofrezca un servicio gratuito en la nube.
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