Mi abuela y la matemática
Este es un post escrito hace muchos años, unos 15 tal vez. Resistí la tentación de mejorarlo, creo que lo mejor es que lo deje como estaba
Mi abuela y la matemática
"Llevátelo todo, las pilchas, el vento,
pero a ella dejala, porque es mi mujer.”
(Abuela Juana, ante una racha positiva de su adversario)"
Muchos a mi edad ya están terminando posgrados y publicando “péipers”. Me estoy poniendo viejo, y sigo renegando en la facultad, en pos del dudoso privilegio de tener un diploma de ingeniero.
Volvía. Me subí al colectivo. Había aprobado una materia y estaba entrando en ese inevitable desengaño que viene después de los exámenes: el desmedido festejo que pensaba hacer si aprobaba no iba a suceder. A nadie le importaba esa firma en la libreta. No digo “nadie” refiriéndome a las personas que viajaban en el bondi o iban por la calle. Digo: la gente que me conoce y me quiere pregunta cómo me fue, le digo “bien”, “te felicito”, “gracias”. “Te felicito”, eso solo. Y el Universo ahí, imperturbable.
En un par de horas ni yo mismo me voy a acordar de los días (¡y las noches!) de estudio. No fueron fáciles.
(Por qué no traducirán los apuntes, digo yo, si estamos en Argentina. ¿Y la página 612? Falta. Quién le enseñó a usar la fotocopiadora a ese muchacho, si no sabe hacer la “o” con un vaso. Qué es lo que es esta fórmula que no sé de adónde salió. ¡Ah! Integra el divisor de cero a equis y luego multiplica ambos miembros por e a la menos lambda. Por qué no te pisa un tren, atorrante, delincuente. Escribís un libro de mil páginas y por ahorrarte dos renglones no me explicás de adónde sacaste la fórmula, me caigo y me levanto. Hace dos horas que tengo la misma página adelante. Si miro el techo es asunto mío, qué te metés. La transpiración me chorrea por el brazo y se me corrió el grafito de la hoja: ahora mi resumen, que ya era desprolijo, es además repugnante.)
A veces me quejo, es cierto. Pero no reniego de la matemática, en absoluto. Me cae simpática, digamos. La Universidad se empeñó en sembrar cizaña entre ella y yo, pero no logró nada. La pelota no se mancha.
Volvía en el bondi, les decía. Y me puse a pensar desde cuándo esta simpatía. Me remonté al secundario. Nada. La primaria quizá. No. Antes. En ese entrevero de imágenes sueltas que llamamos infancia. La abuela Juana. Ella fue. Sin duda.
La abuela Juana en realidad es la mamá de mi abuela Mecha, o sea, mi bisabuela. Pero yo les digo “abuela” a las dos. Vive en el fondo de casa. “Vivía”, corregirá algún detallista que me recuerde que murió hace diez años. Pero yo sé muy bien que la muerte es un argumento demasiado débil para la gente como mi abuela. Si hablo de la abuela, hablo en presente, al que no le guste, que lea otra cosa.
Cuando en el preescolar me estaban enseñando a contar, a ella se le ocurre enseñarme a jugar a la escoba del 15. “Nada de casita robada”, dice. Y así fue que, cuando empecé la primaria, la maestra se sorprendió porque yo sabía sumar.
Mentira. Lo que yo sabía era jugar a la escoba con mi abuela. La matemática era una ciencia subsidiaria de la timba. Los números mayores o iguales a dieciséis no tenían razón de ser. Los porotos servían para llevar la cuenta, jamás se me habría ocurrido que eso se comía. La docente no quería entrar en razones, insistía en que yo sabía sumar.
-“Ya conté”, dice la abuela. Pero me deja contar mis cartas. -“Velo, la setenta y dos escobas”. Y me da los cuatro porotos.
Nos divertimos, pero no jugamos displicentemente. Nada de dejarme ganar. No hay peor gente que la que deja ganar a un adversario, nomás porque es chico. A cara de perro.
Una cosa que me asombra de la abuela es su capacidad para saber, una vez terminada la mano, si alguien se equivocó. El que se equivoca pierde todos los puntos. Se guardó el misterio un par de años, después me contó, pero lo que no me acuerdo es cómo me lo contó.
Lo explico yo, con
mucha menos gracia: En cada uno de los cuatro palos, las cartas valen su
número, pero la sota vale 8, el caballo, 9 y el rey,10.
(1+2+3+4+5+6+7+8+9+10) * 4 palos = 220
220/15=14, resto 10.
Por lo tanto, las cartas que queden en la mesa tienen que sumar 10.
(O bien 10+15=25
, o 10+15+15=40
, si es que algún
juego no se había formado). Por eso, nunca hay que quedarse con el rey en la
mano al final, porque la abuela hace escoba. Y uno se queda con el rey en la
mano, como un pavote.
Al empezar, se ponen cuatro cartas boca arriba en
la mesa. Pueden jugar 2, 3, 4, o 6 personas. Los naipes se reparten de a 3, y
nunca sobran ni faltan. Después entendí que (40-4)=36
es divisible
por (2*3)
, (3*3)
, (4*3)
y
(6*3)
. Aunque jugar de a seis es cualquier cosa. "Muchas manos en
un plato..." dice la abuela, que nunca termina los refranes.
Si la abuela hizo escoba, conviene tirar una carta chica, cuatro o menos. Claro, porque no hay once ni doce. Nunca hay que dejar ocho en la mesa, para que la abuela no se lleve el velo. Se lo lleva siempre, no sé cómo hace. Me tengo que fijar bien: si tiro una carta y se podía levantar, la abuela se lo agarra para ella. ¿Cuál le tiro? El caballo no, capaz que tiene un seis. Se le reflejan los naipes en los lentes, pero como son medio verdes no veo qué carta tiene. Mejor tiro esta, que no es de oro. Hay que juntar oros.
Otros pibes prefieren hacer rin-raje y patear cascotes en la cortada. Yo salgo de vez en cuando, pero me gusta más quedarme a jugar con la abuela, a ver si hoy le puedo ganar. Otros tipos buscan divertirse en discotecas y borracheras, manejando a 140. “Este fin de semana no puedo, rindo el martes”, me excuso, agradeciendo al que programó los exámenes.
El primer libro de matemática que leí tenía 40 páginas. La gráfica más complicada era el rey de espadas, ningunos ejes cartesianos en tres dimensiones. La primera maestra no tenía ningún “máster”: la abuela Juana tuvo que dejar la escuela en segundo grado. Cómo no enamorarse de la matemática con semejante currículum.
Dicen que no la comprenden. Es más: se jactan de su ignorancia. "Yo de números no entiendo nada" afirman, y lo miran a uno como esperando aprobación. Esta pobre gente pretende hacernos creer que matemática y belleza son dos cosas distintas.
Menos mal que están Tales de Mileto, Arquímedes, Fermat, Pascal y la abuela Juana para hacernos acordar de que la belleza es belleza: sea una sinfonía de Beethoven, un amanecer en el mar, la demostración del teorema de Pitágoras o un partido de escoba en el patio.
Firmado: "El nene" (la abuela nunca se acuerda de mi nombre).
PD: Mientras termino de escribir esto, descubro que se me hizo tarde: Dolina ya está cantando tanguitos por la radio. Los mismos que canta la abuela. Qué fácil es ser feliz.
Tags: matematica, castellano