Una década de ingeniería
Hace exactamente 10 años, el 12 de julio de 2012, me recibí de ingeniero. En aquel momento, escribí un texto tratando de expresar lo que sentía. Ahora que lo releo me parece un poco pretensioso y demasiado categórico… Con más canas y menos certezas, la nueva década me encuentra con pretensiones más modestas, pero me gusta pensar que con los mismos ideales. Y sigo creyendo que hay caminos para ejercer esta profesión sin renunciar a aquel entusiasmo inicial, para seguir creyendo que un mundo mejor es posible. En mi caso personal, esos caminos han sido tres: la tarea docente, el software libre y el cooperativismo.
Resisitiendo la tentación de corregirlo, vuelvo a compartir aquel texto.
La Universidad como rito iniciático
Empecé a cursar Ingeniería en Sistemas en 2002, con 20 años, y me recibí ayer, con 30. Dediqué diez años de mi vida a la facultad (entre otras cosas, claro está), y, de a ratos, siento que me arrepiento.
Nadie debe pensar que desdeño los saberes que adquirí en este tiempo, que han sido muchos y buenos. Ya sé que suena pedante decirlo, pero tengo una relación un poco hedonista con el conocimiento. Es así. Leo, aprendo y estudio porque me gusta; no se me ocurre otro motivo válido. Pocas cosas en la vida me provocan una satisfacción similar a la que experimento cuando aprendo algo nuevo. Ese momento en el que algo que parecía oscuro y entreverado, se convierte en una idea clara y distinta, como diría el finado Descartes. Y, afortunadamente, me ha sido dado vivir ese momento muchas veces en esta última década.
Lo que trato de decir es que, en esa experiencia de aprendizaje, la estructura de la universidad es, me parece a mí, absolutamente prescindible. Es más bien una dilación antes que un facilitador en todo este asunto de aprender. Me encontré diciendo una frase parecida a esta:
Pasé los últimos 10 años estudiando Ingeniería en Sistemas. Sin embargo, > pude aprender algo de informática en mis ratos libres.
Esto último no es estrictamente cierto. Hay muchos asuntos que ignoraría por completo, de no ser por mi paso por las aulas.
Pero hubo mucho, demasiado tiempo y esfuerzo invertido en superar dificultades que no son las que están ligadas intrínsecamente al conocimiento, sino otras que están más relacionadas a la estructura de la Universidad tal como la conocemos. Y no vengo a plantear aquí errores en la implementación concreta de la carrera que estudié (docentes que no hacen bien su trabajo, infraestructura insuficiente, etc). Más bien pretendo poner el acento sobre un problema más profundo. Comparemos a la facultad con una obra de teatro: aún si todos los actores del quehacer universitario hubieran interpretado su papel con un 100% de eficacia, el malestar permanecería, porque, me parece, el problema está en el guión, no solamente en los actores.
A buen monte van por leña si pretenden que proponga desde este espacio una reforma estructural para la Universidad argentina. Ni siquiera alcanzo a vislumbrarla.
Pero me interesa llamar la atención sobre el doble objetivo que tiene un estudiante al iniciar una carrera:
- adquirir un conjunto de saberes y destrezas.
- obtener un reconocimiento social inapelable de idoneidad en una materia.
Ninguno de los dos objetivos es condenable, pero entiendo que estamos ante un problema importante cuando el segundo tiene una preponderancia muy superior al primero. En el caso de muchos compañeros con los que pude conversar, el único interés es el de acceder a un diploma, a como diera lugar. (No elegir al mejor docente, sino al que menos exige; no elegir la materia electiva que más les interesa, sino la más fácil de aprobar, etc, etc, etc). Creo que no es mi caso, y de ahí este malestar que experimento, cuando veo que la Universidad se ha convertido, antes que en un ámbito de aprendizaje, en un espacio que sirve únicamente para la obtención de unas credenciales que gozan de reconocimiento social.
Entonces se deja un poco de lado la preocupación por aprender mucho y bien los contenidos de una disciplina; y uno se va volviendo un experto en el oficio de ser alumno: cómo adquirir unas habilidades que nos permitan estudiar lo mínimo indispensable para no reprobar el examen. Ante mi deseo de profundizar en un tema, muchas veces he recibido el consejo de “no complicarme la vida”, total “para el examen eso no es útil”.
No he sido un alumno ejemplar: siempre con pocas luces y poco tiempo (trabajé toda mi carrera y formé mi familia siendo estudiante), muchas veces me encontré adiestrándome en el “oficio de alumno”, antes que en la ciencia que elegí estudiar. Y las veces en que no fue así, hubo algo, que de algún modo está presente en la estructura de la Universidad, que me hizo sentir que ese deseo de ahondar en el conocimiento era una distracción en mi objetivo de recibirme de ingeniero, cuando en realidad se trataba del verdadero objetivo: aprender.
Por eso se me ocurrió la comparación que da título a estas líneas. No sé nada de antropología, así que la descripción que sigue está simplificada al extremo.
Los pueblos mal llamados “primitivos” suelen tener una serie de ritos iniciáticos, que es necesario superar, para pasar de un grupo social a otro (de niño a adulto, de “plebe” a clase dominante, de soldado a capitán, etc). Nuestra propia cultura los tiene, piensen en los cumpleaños de 15, por ejemplo. Estos ritos, frecuentemente son arbitrarios, o absurdamente crueles, o demandan un esfuerzo sobrehumano para ser superados.
Siendo un asalariado, me es conveniente jerarquizar la fuerza de trabajo que me veo obligado a vender, para poder ponerle un precio mayor. Y muchas veces he sentido que mi paso por la Universidad se trató de un rito iniciático que esta sociedad del siglo XXI me impuso para poder pasar a ese otro estamento, el de los que pueden vender más caro su mercancía.
El problema de las iniciaciones es que, me parece, generan en quienes han podido superarlas un falso sentimiento de superioridad, de desprecio hacia quienes no pudieron o no quisieron someterse a los rigores de un rito. Piensen si no en cuántos profesionales universitarios se encuentran absolutamente convencidos de que tienen más derecho que el resto de sus conciudadanos para tal o cual cosa. No viven su profesión como la posibilidad de servir de mejor manera al resto de la sociedad, sino como un derecho a que todo el resto del universo se convierta en su sirviente. Y, lamentablemente, es entendible que piensen así: ellos han superado el rito iniciático; están en “otro escalón”, lo merecen, es su derecho.
Yo mismo me veo, a veces, envuelto en pensamientos de este tipo, aunque trato de ser conciente de que es exactamente al revés. Estudié en la Universidad Pública, que en Argentina es gratuita. Gratuita para el estudiante, claro. Es el pueblo en su conjunto el que costea nuestras carreras. Y el profesional universitario, lejos de ganar derechos con su diploma, lo que adquiere es una obligación moral. No es acreedor de nadie, es deudor del pueblo al que pertenece, que financió sus estudios para que toda la sociedad se vea beneficiada con los saberes que adquirió.
Estoy muy agradecido por haber tenido la posibilidad de estudiar. En primer lugar, a mi familia (mis padres y hermanos primero, y mi esposa después; y también abuelos, tíos, primos, etc.), y a todos los que me ayudaron en forma personal durante todos estos años. Estoy muy contento y orgulloso de que en mi país, una persona como yo, que soy un asalariado, pueda recibirse de ingeniero en la Universidad Pública, Libre y Gratuita. Pero tenía entreverado un sabor agridulce, un sentimiento que no alcanzo a explicar completamente.
No puedo expresar claramente en palabras lo que siento, espero que esta comparación haya servido para poner mis ideas un poco más en claro, al menos para mí mismo y para quien haya tenido la delicadeza de seguir leyendo hasta acá. Mientras la Universidad, orgullosamente pública y gratuita, siga tomando la forma de rito iniciático, poca probabilidad hay de que los graduados jueguen el rol social que de ellos se espera.
En todo caso, lo dejo para que lo analicen los antropólogos. Aunque claro, los antropólogos también fueron a la facultad.
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